Ramón Flores · 9 Abril 2007
A Niels Bohr se le considera uno de los físicos teóricos más brillantes del siglo XX, quizá sólo por detrás de Albert Einstein. Sus contribuciones a la mecánica cuántica y a la descripción de la estructura subatómica fueron claves en el desarrollo de la concepción del mundo que poseemos en la actualidad. Y sin embargo, en la primera década del siglo el apellido Bohr era tan conocido en los ambientes universitarios de Copenhague en relación con la Ciencia como con el fútbol.
Todo comenzó con el padre, Christian Bohr. Además de destacado fisiólogo, este personaje fue uno de los pioneros del balompié en su país, y fundador del equipo de futbolistas de la Real Academia Danesa de Ciencias y Letras, de la que era miembro: fue el popular AB (por Akademiske Boldklub), que en un principio sólo podían constituir universitarios, y que fue el gran dominador de los comienzos del fútbol danés. Aún se mantiene hoy en Segunda División, con 118 años a sus espaldas.
De ideas liberales y muy preocupado porque sus hijos, genios en potencia, recibieran una educación integral, Christian Bohr siempre estimuló en ellos habilidades no directamente académicas, como los trabajos manuales y la práctica deportiva. No sabemos si por estímulo paterno o por vocación propia, la cuestión es que el joven Niels defendió durante algún tiempo la portería de los Académicos. Cuenta una historia que el motivo por el que dejó el equipo fue que, habiendo sido preguntado sobre por qué había dejado colarse un balón sencillo a priori, se vio obligado a contestar que estaba obsesionado por un problema y que se había ausentado mentalmente del partido.
Pero si Niels Bohr disfrutó un tiempo del fútbol como hobby, para su hermano pronto se convirtió en una pasión. Algo más joven, Harald era considerado desde su infancia el más brillante de los dos, y aunque no llegó a los extremos de excelencia científica de su hermano, sus contribuciones en el campo del Análisis Matemático (especialmente la compactificación que lleva su nombre y la teoría de funciones casi periódicas) le proporcionan un lugar de honor entre los matemáticos preeminentes de su época. Pero en la Universidad era un auténtico loco del fútbol, y pronto se convirtió en una de las estrellas del equipo. Sus prestaciones como defensa pronto le llevaron a la selección nacional, con la que consiguió la medalla de plata en las Olimpiadas de Londres de 1908, y de la cual se recuerda especialmente la tremebunda goleada infligida a Francia: diecisiete goles se llevaron les bleus.
Convertido en poco menos que un héroe nacional, no es extraño que cuando Harald defendió su tesis dos años después, la sala se encontrase atestada de aficionados al fútbol que no entendían ni jota de Matemáticas, pero que jalearon el cum laude concedido a su ídolo como si del más espectacular gol se tratase. Uno de los actos académicos más peculiares de la Historia.
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